Que poco a poco se habían ido quemando los recuerdos con el calor del verano, que palidecías al escuchar muy fuertes los latidos de tu corazón. Pensabas que eran de ella, pensabas que estaba cerca. No entendías nada, solo que te agradaba pasear entre mucha gente, para distraerte y así no pensar en sus manos, en su cuerpo, en su cara, aunque ya estaba difuminada, porque la habías dibujado con ese lápiz desgastado. No recordabas su sonrisa, no recordabas su alegría. Te encerraste en esa torre de marfil, al igual que los autores románticos del siglo XIX, te encerraste, como la princesa en su torre, solo que tu en tu propia alma. Ya no puedes perfilar sonrisas, porque no las recuerdas, porque son tiempos pasados. Ya solo te sietes como la luna, solitario. Ya, no ves sonrisas. Ya, no eres feliz. No la tienes a ella, a felicidad, ya solo, convives con soledad.
Aunque a veces se crea que lo intangible no tiene sombra, ni peso, podría sorprenderte lo mucho que pesan las palabras, los hechos, los sentimientos, las acciones insospechadas... y la larga sombra que proyectan, bajo la cual puedes desaparecer en su oscuridad, o resguardarte del calor en ella...
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